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¿Y si la IA Fuera Nuestra Nueva Esclava? – Septiembre 2025

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Un robot humanoide arrodillado presenta una tableta digital brillante a un hombre con traje, dentro de una instalación futurista de alta tecnología.

La inteligencia artificial (IA) nos asiste, nos guía, e incluso a veces nos sorprende. Sin embargo, sigue ausente del ámbito de la responsabilidad. Esta situación resuena con una figura antigua del derecho romano: el esclavo. Este actuaba para su amo, sin existir jurídicamente. Desde la antigua Roma hasta la era digital, la analogía plantea una pregunta: ¿Podemos delegar sin conciencia? ¿Debemos redefinir nuestra relación con las herramientas inteligentes?

El esclavo romano: un actor sin derechos, pero con impacto

En la Antigüedad, el esclavo no era ni una persona ni un simple objeto. Ejecutaba órdenes y realizaba acciones, pero sin voluntad reconocida. Esta paradoja jurídica, una “herramienta que actúa”, permitía al amo explotar sus capacidades sin comprometer directamente su propia responsabilidad.

Hoy en día, las inteligencias artificiales ocupan un papel comparable. Redactan textos, recomiendan diagnósticos y gestionan flujos logísticos. Sin embargo, en caso de error o daño, ¿quién es responsable? ¿El diseñador? ¿El usuario? Nadie responde realmente. Nos beneficiamos de los efectos de la IA, mientras la mantenemos fuera del ámbito jurídico. Como antaño, nos apoyamos en una entidad poderosa… a la que se le niega el estatus de sujeto.

Una responsabilidad por reconstruir: el humano sigue siendo el centro

Delegar no es abdicar. La IA, por sofisticada que sea, no piensa. Calcula, anticipa y ejecuta, pero no comprende. No tiene ni conciencia ni intención. Por lo tanto, somos nosotros, usuarios, decisores y ciudadanos, quienes debemos mantener la responsabilidad de las decisiones que comprometen a nuestras sociedades.

Pero además, es necesario que esta responsabilidad sea clara. Con demasiada frecuencia, se diluye: se estima que fue el algoritmo el que decidió. Sin embargo, toda máquina que actúa en el mundo humano nos obliga a repensar las reglas de responsabilidad. La ética no está en la máquina; está en nuestra forma de usarla. Rechazar esta vigilancia es deslizarse hacia una nueva forma de servidumbre: la del espíritu.

Así, la IA no es ni esclava ni sujeto, pero nos obliga a revisar los fundamentos de nuestra responsabilidad colectiva. ¿De qué manera la herramienta que creo o utilizo refleja mis valores? ¿Estoy dispuesto a responder por sus consecuencias? Estas preguntas nos conciernen a todos. ¿Y si la IA, en lugar de aliviarnos, nos despertara? Entonces, ¿qué hará para que sus herramientas sigan siendo instrumentos y no maestros disfrazados?

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